El día que se perdió la cordura

Lo mejor de la novela, sin duda alguna, son los primeros capítulos. Impactante, fresco y descarado: así se muestra uno de los protagonistas paseando por las calles de Boston la noche del 24 de diciembre desnudo, ensangrentado y con una cabeza cortada entre las manos. El autor es capaz de transmitir la tensión que se vive en la sala de interrogatorios cuando el detenido se niega a hablar y sonríe a sus interlocutores, retándoles a que descubran qué pasa por su "perturbada cabeza". A esto se une el epílogo, donde una historia en apariencia cerrada vuelve a abrirse al introducir a la hermana, que parece haber tenido alguna relación con los siete y con Jacob, durante los años en los que su hermana ha estado desaparecida.

La lástima es que, a medida que avanza, la novela va perdiendo fuelle. Mucho. La historia comienza a torcerse con los sueños reveladores, una nota de fantasía que a mi modo de ver no termina de funcionar demasiado bien. Es evidente que el grupo de personas que se guían por estos sueños "ha perdido la cordura", pero este salto al mundo fantástico no encaja en una novela de misterio que comienza a plagarse de tópicos propios del género, partiendo del atormentado pasado de Jacob (violencia doméstica y alcohol) hasta el cartel de bienvenida de Salt Lake, cubierto de moho y descolgado de uno de los laterales años después de aquella fatídica noche en Salt Lake.

Aunque el sabor de boca que deja esta novela no es malo (es sencilla de leer y la trama es entretenida pese a todo), me esperaba mucho más de un libro que lleva varios meses copando en todos los escaparates de las librerías y encabezando las listas de los más vendidos.