Con un estilo muy conseguido, de estoica inocencia, la historia de la familia Sevilla Mendoza se despliega extraña y exagerada ante nuestros ojos atónitos, teñida de ligero color local, italiano. Decae hasta el horterismo más azucarado en algunas partes pero en general mantiene el equilibrio. Narrada en primera persona la novela es un rosario de desgracias extenuantes que la palabra de Milena Agus dulcifica pero no atenúa. Al final, a despecho del colorido, queda regusto como de superficie.
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