Como buena agnóstica recalcitrante, en cuanto me enteré de que este libro existía me lancé a comprarlo. Empecé a leerlo ávida de aprender de Bertrand Russell, pero al cabo de unas semanas desistí porque me costaba seguir el hilo de su discurso. Supongo que no estoy preparada para este tipo de lecturas. Aun así me gustaría retomarlo algún día.
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Ocho años he tardado en retomar la lectura de estos catorce ensayos (más un debate con un clérigo), y bien que lamento este retraso, porque Russell fue un gran hombre de su tiempo, con una visión del mundo abierta, desprovista de prejuicios. Me han parecido ejemplarizantes las opiniones que vierte en los ensayos Por qué no soy cristiano, ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización?, Lo que yo creo y ¿Puede la religión curar nuestros males? Quizá la parte más ardua para el lector lego en la materia sea la titulada La existencia de Dios, donde se recoge el debate entre lord Bertrand Russell y el padre Copleston, porque tocan cuestiones más propias de la teología que de la religión o la moral.
El volumen se completa con un texto del compilador, Paul Edwards, que también firma la Introducción, donde explica cómo se evitó que Bertrand Russell accediera a la cátedra de filosofía de la Universidad de la ciudad de Nueva York en 1940. Los sectores más retrógrados del catolicismo de Nueva York impidieron que Russell impartiese clases en su ciudad aduciendo que era una persona inmoral porque fomentaba la desnudez, el adulterio, la homosexualidad y los matrimonios sin hijos, y que acabaría pervirtiendo a sus alumnos. Esos católicos furibundos (que le insultaron llamándole "perro" y "vagabundo") se salieron con la suya, pero no pudieron impedir que diera clases en otras universidades de Estados Unidos, ni que, diez años después, le otorgaran el Premio Nobel de Literatura.